Lo sagrado y lo profano


A simple vista, exponer la permanencia de lo sagrado en la cultura del melodrama exige un esfuerzo descabellado, que el escritor y crítico cinematográfico Ángel Faretta lleva a cabo, en La pasión manda, con gallardía incomparable y apoyándose en distintas síntesis de lo sagrado o numinoso (de numen: deidad, fuerza o espíritu de los dioses) con la tragedia, con el concepto religioso y romántico de pasión y finalmente con el melodrama y el cine melodramático. El vaivén de su lógica le permite extender incluso la idea de la permanencia de lo sacro al "concepto de cine". Al concepto entero, debe entenderse.

La existencia de lo sagrado es de difícil mensura; la demostración de su permanencia en lo que en el siglo pasado se llamaba "cultura de masas" es más ardua; la explicación, finalmente, resulta imposible. Y sin embargo este es el ajedrez conceptual que juega Faretta, con notables tours de force y numerosa insistencia de jaque sobre el objetivo, que primero concentra en la historicidad del concepto de lo sagrado y lleva luego a la cultura de masas (¿popular?, ¿comercial?, ¿de consumo?) en una de sus manifestaciones primeras y más industrializadas. Al menos argumentativamente, el libro de Faretta logra en muchos puntos ser convincente.

Las zonas sagradas de la cultura son, en un lenguaje más universal y casi laico, estructuras míticas. El director M. Night Shyamalan, famoso por su película más inquietante, pero no más compleja de ideas, El sexto sentido, ha roto una lanza a favor de la persistencia-resistencia de lo mítico sagrado en la cultura popular, pero no en ese filme, sino en Unbreakable. Allí, es la historieta el coto de los dioses, pero no como reiteración infantil de la epopeya, sino como género actuante, obrante, sobre la realidad.

Tragedia y dioses existían, como es sabido, antes del cristianismo. La tragedia protegía lo inescrutable, desde que su estructura reitera que el héroe cae por poner el pie, sin permiso, en territorios que no son de su incumbencia civil, a los que se entra por otros caminos, por otras vías, como por ejemplo, las del rito.

La pasión de Jesucristo, que en su forma terrena es un héroe trágico, amplía el concepto de lo sagrado con la idea de la pasión, lo irrefrenable: el entusiasmo o lenguaje de la Sibila; lo incomprensible.

Los románticos dan una vuelta de tuerca decididamente política cuando cargan la pasión con el relumbre de lo sagrado y a la vez de lo humano incontenible. Esta punta es la parte de la raíz de la que brotan el melodrama y el cine que genéricamente se suele llamar romántico, cuyo debate interno, reiterado, ritual, entre la norma social y el carácter incontenible del entusiasmo sagrado estudia Faretta en su ensayo.

El punto de fricción de la tesis de Faretta es éste: lo sagrado persiste en las formas populares del arte -o al menos en una de ellas- porque el espíritu de la revolución laica y burguesa del XVIII lo ha condenado al subsuelo (y ya se sabe que no es lo reprimido lo que siempre emerge bajo nuevas formas, como sostenía Freud, sino lo que estructura la condición humana, como más bien diría Jung: la sombra junguiana y la norma). Faretta parece hacer responsable a la cultura de la obliteración de una estructura mítica necesaria, desde el punto de vista espiritual y material. Pero es la industria la que dio norma y existencia al melodrama y sus sucedáneos: la película romántica, la telenovela. Pues incluso la economía funciona con dioses. Pero para Faretta, en su etapa de "movilización total", el capitalismo sólo puede lograr, a escala global, que las estructuras míticas "regresen en forma perversa en manifestaciones sociales crudamente primitivas y hasta aberrantes", como el psycho thriller, la drogadicción con desechos industriales, la circulación aluvional de material pornográfico y tribus urbanas a punto de "regresar a la antropofagia". De esta suerte refuerza que la forma trágica lleva a la normalización, pues el héroe trágico, y su hijo espurio, el romántico, fueron y son didácticamente ejemplificadores acerca de en qué sitios no conviene perderse.

Jorge Aulicino

Revista Ñ /Angel Faretta


Ilustración: Way Down East, 1920, D.W. Griffith

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